Ir notando como el recuerdo se va. Se te escapa entre las manos. Fue un todo para ti. Un todo que se encamina hacia la nada.
Todo lo que tenemos requiere una base que lo sostenga. Y sin base, no tenemos nada.
Lo que hacemos muchos es intentar crear cimientos imaginarios donde poner esos recuerdos que tanto deseamos que prevalezcan. Pero con el tiempo, esa base creada, se derrumba: no era real aunque nos aferramos a la idea de que, podía serlo.
Nuestros pequeños mundos creados nos protegen del exterior de aquello que nos da miedo. Todo es posible en ellos, pero no fuera.
Entonces llega un momento en el que sientes que algo desaparece de ti, como si algo te abandonara, y ya no existe nada que lo ate. Es en ese instante cuando eres el único responsable de querer seguir manteniendo, la base imaginaria, no tienes porque destruirla, pero si dejarla ir, porque hay algo claro: no se puede vivir de recuerdos.