Como ese niño pequeño que necesita que sujetes su manita todo el tiempo. Ese gesto, esas manos, esa unión, es como un paracaídas. Es la total libertad de saltar desde lo más alto con la consciencia de que en el último momento el paracaídas se abrirá, salvándonos.
El gran problema del ser humano es utilizar a otra persona de paracaídas, pues confiar que alguien va a estar allí para no dejar que caigas, es dejar tu vida en las manos de quien en el momento necesario, tendrá que tirar de la anilla del paracaídas, y salvarte; ¿Y de verdad va a estar allí siempre?
Las personas vienen y van, cada una con su propio paracaídas, pero hay algo que está claro: sólo tú eres dueño de esa anilla. Sólo tú vas a estar siempre para salvarte. Aunque fallasen todas las manos del mundo, seguirán estando las tuyas, para abrir tu paracaídas.