Es difícil perder la costumbre de vomitar sentimientos enjaulados. Y aquí estoy otra vez. De nuevo, con los bolsillos a rebosar de tonterías y los sueños cogidos con pinzas. Tanto que dar, tanto miedo a perder.
¿Como es posible que tardemos tan poco en odiar y tanto en querer? Nos reservamos lo mejor que tenemos para...nadie. Guardamos tantas cosas dentro que nos destrozamos, y rotos no valemos nada. Y nunca es suficiente, y nunca hay bastante, y nunca...es nunca. Y no debería ser así.
En la utopía del mundo perfecto, todos recibimos los cumplidos que la gente piensa y nadie dice. En la utopía del mundo perfecto, ningún mensaje se queda sin enviar. En la utopía del mundo perfecto, nadie tiene miedo a preguntar lo que pasa. No hay malentendidos, no hay peleas absurdas, no hay rencor, ni hay miedo.
Se nos ha enseñado que el miedo mueve el mundo, pero qué equivocados estamos.
El mundo lo movemos nosotros.