¿Has visto alguna vez una libélula posándose y apenas rozando el agua de una charca?
Es elegancia pura.
Bate las alas tan rápido que parece que planea todo el tiempo, como si se mantuviera flotando en el aire sin esfuerzo alguno.
Como si quisiera ver su propio reflejo, acercándose al agua, pero sin tocarla, por el miedo, tal vez, a difuminar aquello que se observa. Y con cuidado cambia de posición, con apenas dificultad.
Se mantienen al margen.
No se involucran.
Son...independientes.
A veces incluso parecen orgullosas de lo que son, y por ello se apartan.
Siempre he pensado en el orgullo como algo innato, algo que todos tenemos de manera natural.
Nos protege. Nos aísla. Y en ciertas ocasiones nos ayuda a afrontar situaciones.
Pero el orgullo, como las libélulas tiene doble cara, es elegante utilizarlo, pero él nunca será un amigo, si no nuestro más temido enemigo, aquel con quien no podemos luchar, ya que sería luchar contra uno mismo.
"Mejor perder el orgullo por alguien, que perder a alguien por orgullo"
Sé elegante como una libélula, pero no caigas en el error de compartir su afán por el orgullo.
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besitos con sabor a lacasitos