viernes, 12 de octubre de 2012

Llueve.


Me gusta oír como llueve. Bueno, creo que me gusta a mi y al resto de la humanidad. Es algo tan sencillo, simple, pero a la vez tan bonito. Cómo los coches salpican las gotas contra la acera, y los niños y no tan niños, meten los pies en los charcos. Baja la temperatura, y la humedad te cala en los huesos. Buscas tu paraguas seguramente roto, pero para que reemplazarlo? La lluvia aquí es tan escasa que no vale la pena comprar uno nuevo, y por ello en las calles vemos solo ejemplares antiguos, variopintos y de propagandas varias. Se encrespa en pelo, ese que tanto arreglas a primera hora de la mañana, y maldices todo lo posible cuando ha quedado destrozado al final del día. Atascos interminables, porque los días de lluvia la ciudad decide sacar el coche a pasear. Pero aun así, nos gusta la lluvia. Sentarse en el sofá, en una cafetería o en algún sitio cerrado, y ver como las gotas se deslizan por el cristal de la ventana, o si es de noche, contemplar la cantidad de gotas en el haz de luz de una farola. Pero sobretodo nos gusta la lluvia porque nos sentimos vivos, porque recordamos donde estamos, lo que tenemos, lo que hemos perdido, y lo que por nada del mundo, vamos a permitir que se pierda.

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besitos con sabor a lacasitos